domingo, 14 de marzo de 2010

BARRANQUILLA, MI PUEBLO.

Soy de las personas que abría los ojos cuando alguien decía que Barranquilla es un pueblo grande. Me imaginaba enseguida las amplias vías, las nuevas edificaciones, los centros comerciales, los colegios de educación especializada… las universidades, el Museo del Caribe y todas esas grandes obras que nos maravillan de cuando en cuando. Pero sí. Debo reconocer hoy que me di cuenta de que Barranquilla sí es un pueblo. Un pueblo grande, con casas de dos pisos y aires acondicionados.
Que cómo me di cuenta? Pues sencillo. Se me dio por ejercer el derecho de salir a votar. Y ahí no estoy segura de si es un derecho y un deber, como me enseñaron en el colegio, o sencillamente se reduce a dos palabras: un castigo.
La ubicación de mi cédula, para arrancar, estaba mal suministrada desde la página de la Registraduría Nacional. Y aclaro para quienes aún no lo saben: los que no pudimos inscribir cédula por cualquier causa, fuimos ubicados por la gente o el sistema, yo que sé, de la institución. Entonces, desde la página de internet www.registradurianacional.gov.co uno escribía el número de identificación e inmediatamente –si tenías suerte, y la página no estaba congestionada- podías saber entonces dónde tenías que votar. A mí me decía que era en el Colegio Distrital Antonio José de Sucre… y ni idea de dónde quedaba… pero menos mal que amablemente le indicaban a uno la dirección, a lo que decía Carrera 54#64-30. Entonces, me bañé, me cambié y salí a votar.
Conté con la suerte de que mi papá llegó en ese momento y se ofreció llevarme… pero ¡Oh, sorpresa! Esa dirección no existe… no da. Así como nosotros, muchos carros y motos llegaban cargados de gente que debía votar en el mismo punto… la confusión era general. Unos nos preguntábamos a otros “Ey, el Colegio Sucre” y la cara de “ni idea, esa vaina no es por aquí” se pasaba de carro a carro.
Entonces y con el temor de que mi papá me fuera a decir que ese punto no existía, que me regresara a la casa, por allá en una esquina vi un grupo de gente que indicaba con la mano como dando pistas de a dónde llegar. Y preciso… lo que había pasado era que la dirección la habían dado invertida… no era ninguna carrera 54 con calle 64 sino la calle 54 con carrera 64. Menos mal mi papá aceptó llevarme porque la caminata hubiera sido larga…

Ya en el punto
No había mucha gente… esperé que terminara un votante y me tocó mi turno. Entregué mi cédula, me dieron el poco de papeles que había pero no me dieron el de la consulta del Partido Verde –o en su defecto, el de la Conservadora-. Ese no lo daban… ni lo mencionaban… nada!!! Cuando pregunté por qué me dijo una jurado bastante confundida que “esas consultas no se entregan ni se preguntan… uno espera a que el ciudadano mismo la pida”. Cosa en la que no estoy de acuerdo, porque entre tanta votación que había pendiente lo menos que a cualquier atolondrado se le hubiera pasado por la cabeza era solicitar un papel más.
Y bueno… voté. Lo bien que se siente uno cuando vota… así los candidatos a los que uno apoye no sea los que ganen los comicios. Se siente como que se cumplió con el deber ciudadano… se siente un ambiente de “qué buenos colombianos somos” hayan o no hayan votado a conciencia. Yo sí lo digo con la boca llena: mis votos fueron por los candidatos por los que quise votar.
Y bien lejos, donde estaba, de cualquiera de los puntos desde los cuales podía tomar un bus que me devolviera a mi casa, emprendí la caminata pensando en que si tomaba un taxi seguro eran por lo menos $6000, mientras si caminaba y me regresaba en bus, serían sólo $1400. Entonces, sola, caminé a plenas 2:45 de la tarde. Llegué al paradero de buses, en la carrera 46 a las 3:00 p.m.
Desde ese momento, hasta las 4:30 p.m. esperé sentada en una sombrita que quedaba cerca a un grupo de gente que podía vigilarme porque, después de un atraco, estoy bastante nerviosa con cada moto que me pasa al lado. No sé si queda claro… pero esperé una hora y media a que el bus que tenía que coger pasara.
Y descubrí que sí. Que Barranquilla es un pueblo. Porque no es posible que un día en el que se movilizan supuestamente todos los ciudadanos, no haya un transporte público responsable, puntual y cumplidor. Estamos en un pueblo en el que las líneas de buses funcionan cuando les da la gana, en el que el usuario no tiene ni cinco de valor porque a diario tiene que aguantarse la velocidad que a los conductores les da la gana, la música que les da la gana al volumen al que les da la gana. Estamos en un pueblo que quién sabe cuándo irá a progresar porque nadie hace nada, porque nadie se queja, porque seguimos callados, mudos, idiotizados. Porque como de vez en cuando andamos en taxi creemos que el problema de los buses no es trascendental.
Si hubiera sabido que al final iba a tener que devolverme pagando los $6000 que me propuse evitar, que iba a perder hora y media, que iba a asolearme sin necesidad porque el bus de Coolitoral no iba a pasar, hubiera hecho como me gusta hacer: salía de votar, estiraba la mano ante el paso de un amarillito y me devolvía a mi casa con aire acondicionado. Pero este es mi pueblo… estas son las vainas de mi pueblo.